Capítulo III
En Nínive, Rashalleila Nuaman, matriarca y cabeza de una de las empresas comerciales mayores de la Liga, una de las diez hembras humanoides más ricas del universo conocido, estaba aullando como una loca. Dio una patada al semidesnudo sirviente masculino que sujetaba el transmisor portátil en un sitio no muy delicado. La desgraciada máquina cayó en un estanque de mutaciones de carpas doradas. Asustadas, se pusieron confusamente a cubierto entre las grandes hojas de lirio de tono pastel. Cierto número de cristales de opalina muy raros fueron destrozados sobre el camino de piedra.
Habiendo calmado momentáneamente su ira, se volvió a sentar sobre el canapé y pasó cinco minutos recolocando su cabello. Esta semana era verde oliva. En este momento se sintió lo suficientemente controlada para levantarse y dirigirse hacia la casa principal.
¿Cómo había podido aquel bastardo de Malaika averiguar lo del mapa? ¿Y cómo había ido éste a parar a sus manos? O quizá..., ¿quizá había sido justo al contrario? Los dos caballeros a los que tan subrepticiamente se había referido eran sin duda ese individuo, Tse-Mallory, y su chinche mascota. Pero, ¿quién era este nuevo pelirrojo? ¿Quién se las había arreglado tan rápida y asombrosamente para arruinar lo que hasta hacía unos pocos minutos era una operación de rutina relativamente fácil? ¡Y todo esto ahora, con Nikosos a sólo dos días de Moth! ¡Era insufrible! Al pasar dio un zarpazo a un pedestal de inapreciables flores tubulares de Yirbittium, desgarrando las hojas carmín. Los delicados pétalos tubuliformes cayeron rotos al suelo. ¡Decididamente, sí, decididamente alguien iba a ser azotado!
Irrumpió en la sala que le servía como oficina y se dejó caer desmayadamente en el sillón moldurado de piel blanca. Su cabeza se apoyó sobre la mano derecha, mientras con la izquierda daba nerviosos golpecitos secos sobre la mesa de corrundum puro. El brillante resplandor del mercurio era el único movimiento en la habitación a prueba de sonidos.
¡Era insufrible! No conseguiría quedárselo. Caería sobre su cabeza, sí, sobre su cabeza, si una operación con un sencillo asesinato se convertía en uno múltiple. Podría incluso extenderse hasta su propio y exquisito armazón, y no sería de lamentar. El suyo sería un cadáver encantador.
«No estés ahí sentada, tú, bruja babosa. ¡Empieza a destruir!»
Se inclinó sobre el escritorio y oprimió un botón.
Un rostro delgado y fatigado se formó en la pantalla.
—Dryden, comunica con Nikosos y dile que no aterrice en Drallar. En su lugar va a monitorizar todas las naves que estén en órbita de aparcamiento alrededor del planeta y permanecer alejado. Tiene que seguir la que parta en la dirección del Blight, tan cerca como le sea posible, aunque permaneciendo constantemente fuera del radio de detección. Si se queja, dile que comprendo que es una tarea difícil y que simplemente haga lo más que pueda. («Siempre podré despedirle más tarde», pensó lúgubremente). Si presiona pidiendo explicaciones, dile que los planes han sido cambiados debido a circunstancias imprevistas e inevitables. Tiene que seguir a esa nave. Garantizo que habrá una y probablemente pronto. Se dirigirá hacia el planeta al cual iba a dirigirse originariamente mediante un mapa. Pero ahora tendrá que arreglárselas sin su propio conjunto de coordenadas. ¿Está claro?
—Sí, madame.
Ella había cortado antes de que él alcanzase la segunda «m». Bien, había hecho lo que podía, ¡pero parecía tan condenadamente poco! Su sentimiento de relativa impotencia amplificó su rabia y el correspondiente deseo de desahogar su frustración sobre otra persona. Veamos, ¿quién estaba a mano? ¿Y lo merecía? ¿El idiota que había chapuceado con aquellos dos asesinos? ¡Vaya un blanco! ¿Su sobrina? Aquella cabeza de chorlito. Y pensar que quizá un día tendría que hacerse cargo de la firma cuando ni siquiera podía presenciar una simple extracción. Presionó otro botón.
—Que Teleen auz Rudenuaman se presente en mi oficina a las cinco de la mañana.
—Sí, madame —replicó la rejilla.
Ahora, ¡si todavía quedase alguien más! Una carrera en flor que sofocar quizá. Pero, en buena fe, no había nadie más a quien pudiese echar una bronca. No es que eso constituyese un impedimento cuando se sentía especialmente odiosa, pero un personal leal sólo podía conseguirse por medio de una mezcla de miedo y recompensas a partes iguales. No tenía objeto sobrepasarse en lo primero. Lo que realmente necesitaba era relajarse. Felizmente, aquel petimetre de van Cleef estaría en buena forma aquella noche. Repentinamente, una sonrisa cortó su rostro como una hoz. El desgraciado botón fue pulsado de nuevo.
—Cancela esto último. Que mi sobrina se presente mañana a las cinco..., pero en mis habitaciones, no en la oficina.
—Anotado —dijo la rejilla compactamente.
Rashalleila se tendió hacia atrás y se desperezó lujuriosamente. Definitivamente, se sentía mejor. Ella sabía que su sobrina estaba desesperadamente enamorada de su actual pimpollo. El porqué no podría comprenderlo en su vida, pero era un hecho. Sería interesante ver si la chica podría sostener mañana una cara impasible al ser recriminada delante de él, mientras se estiraba soñoliento en la cama de su tía. Sí, fortificaría su carácter. Se echó a reír ante la idea, e incluso en la desierta habitación no fue un sonido agradable.